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Perdía la visión paulatinamente, mientras notaban un frío inédito en mis mejillas. La luz se iba, luego volvía enceguecedora, y me mostraban un trasiego por recovecos y pasillos que desconocía. No sé si era hastío o enfado, pero empezaba a marearme tanto corredor húmedo y mohoso.

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Tal vez algo tarde, ahora en el umbral del infierno, comprendí que la vida no das suchen más que aquello que pasa mientras estamos preocupados por vivir. Entonces entendí que ya era hora de dar el paso hacia otro sitio. Pasó media vida buscando el lugar donde descansar y, cuando lo encontró, gastó la otra media estudiando cómo llegar a él. Por eso no podía soportar esa carcajada que, cada día, a la misma hora, oía a lo lejos.